domingo, 20 de febrero de 2011

La Rumiadera o Rebulladera

Cueva emplazada entre Masa y Quintanilla-Sobresierra. Su adscripción al término exacto es ahora dificil de aclarar sin el mapa 1/50.000 donde anoté la posición, en 1966. Después de aquella exploración, una empresa de fabricación de explosivos adquirió aquellos yermos y los valló. Ahora sería peligroso acercarse sin un permiso que, seguramente, sería difícil de conseguir.

Es una surgencia temporal, seca durante buena parte del año. Me informó de su existencia Higinio Hernández Herrero, contable y escribiente que fue de una fábrica de tejidos, que estuvo radicada en la calle de San Isidro hasta los primeros años setenta. Higinio tenía una caligrafía portentosa además de ser natural de Masa. Cuando está a punto de "salir" -me dijo-, se la oye rumiar como a las vacas. De ahí su nombre.


El 12 de diciembre de 1975, los grupos espeleológicos de Burgos, Niphargus, Gacela, Ramón y Cajal, Ribereño (Aranda de Duero) y el Servicio de Investigaciones Espeleológicas de la Diputación Provincial (G.E. Edelweiss), firmaban un artículo publicado en La Voz de Castilla, que resumía las conclusiones de la "Semana de Conservación de las Cuevas", que acababa de celebrarse. Se advertía entonces del peligro que se cernía sobre el páramo de Masa y sus aguas subterráneas.


Acerca de las circunstancias que concurrieron en la exploración de la cueva Rumiadera, se puede ver el artículo del boletín "Cubía", de 2001
Hojas del árbol de la cueva en el relato titulado SEGUNDA HOJA (en 1966), de este mismo autor, en la web del Grupo Edelweiss.

jueves, 17 de febrero de 2011

El Pozo del Infierno

Nadie supo contarnos la historia de su nombre. Seguramente no hacía falta. Los del Grupo de León vieron en Ojo Guareña las entradas y salidas de Joaquín pertrechado con escafandra y neopreno, del Sumidero, del mal llamado "Ojo", porque para llevar tal nombre debiera ser una salida de agua y no una pérdida desde la superficie, y se acordaron del Pozo que hay en sus Hoces de Vegacervera, tajadas por el río Torío. Quizá no debieron acordarse, sino que lo tenían muy presente, que tal nombre no se le borra a uno cuando lo ha oído, y le hablaron de él a Uríbarri y a Joaquín. Uno o dos meses más tarde, Aurelio y Joaquín habían sucumbido a la llamada, al atractivo de un nombre que reta. ¿Curiosidad malsana? Lo desmesurado es un imán irresistible.

También a mí me atraía, pues formaba parte de aquel reducido e incipiente grupo de espeleólogos subacuáticos del Grupo Edelweiss de Burgos. No nos llamábamos "espeleobuceadores" pues ese vocablo aún tardaría algunos años en ser coloquial. Aquél día de septiembre u octubre de 1968, yo me quedé de equipo de "apoyo" en el bote neumático, un "Kon-Tiki" inmanejable que ya había volcado y me había sumergido alguna vez sin quererlo en las frías aguas del Guareña, en el "Lago de los Cangrejos". Aurelio ocupó mi lugar porque yo tenía que pasar la cuarentena, por haber experimentado el mal trago del agua que se cuela junto al aire por la boquilla del tubo anillado de la escafandra autónoma, seguramente por morderla inadecuadamente. Pudo costarme caro. Había sido el 13 de agosto cuando, en el Pozo Azul, le dejé a mi hermano una tarjeta de visita a 70 metros de la boca, amarrada a la cuerda guía que él había tendido pocos días antes. Mi puesto en el bote tenía también parte de represalia por lo que él consideró una temeridad mía, y que ahora, fríamente, a cuarenta y tres años más, tengo que reconocer como tal.

El Pozo del Infierno es una surgencia vauclusiana, más parecida a la Fuente Azul de San Pedro de Arlanza que al Pozo Azul de Covanera, ambos con nombres casi bucólicos. Solo la fuente de Vegacervera da un aviso a los navegantes, con su nombre. Pero los tres han sido trampas mortales.

En 1968, Aurelio y Joaquín se sumergieron en el lago que hay al final de una galería estrecha y alta por la que la fuente rebosa y desagua a las Hoces, en el río Torío. Bajaron juntos hasta unos veinte metros de profundidad. La sección del pozo era regular y homogénea en todo ese trayecto, con un diámetro cercano a los tres metros, según recuerdo que me dijeron. Desde esa cota, Joaquín sondeó con cuerda y linterna unos veinte metros más. El pozo seguía bajando con la misma sección. Se miraron, fruncieron el ceño y Joaquín le indicó a Aurelio la superficie con el dedo índice. No volvimos.


En 1985, encontrándome en Benquerencia, en la costa lucense, asistiendo a las IV Jornadas de Espeleosocorro, un grupo de Málaga que se dirigía a las mismas hizo una parada en el Pozo del Infierno. Dos espeleobuceadores no salieron.

En la página web del Grupo Edelweiss, se ha publicado una nota sobre esta exploración (más concisa y más técnica), titulada EL POZO DEL INFIERNO. VEGACERVERA. LEÓN.